lunes, 3 de junio de 2024

TELÉFONOS

TELÉFONOS INTELIGENTES EN LAS ESCUELAS: ¿SÍ O NO?

Eduardo Andere M.

 

¡Apaga tu teléfono!

Escribo estas líneas en la famosa biblioteca central de la Universidad de Harvard —la Widener— y me percato que todos los estudiantes trabajan en silencio total con una laptop o tableta. La última vez que estuve aquí en 2019, antes de la pandemia, la proporción era aproximadamente un 80 % con dispositivos y un 20 % sin ellos. A pesar de las advertencias que leeremos en los siguientes párrafos, esto corrobora una transición completa a la tecnología digital. Es más, yo me encuentro encapsulado entre la laptop, el teléfono y los auriculares. Pero yo, como muchos otros adultos, tenemos cerebros anquilosados, por así decirlo, por años y años de hábitos difíciles de cambiar. Sin embargo, para los pequeños y jóvenes con cerebros desinhibidos, cuando apenas se empiezan a formar las experiencias que evolucionarán en hábitos y que marcarán las conductas de los años adultos, la historia debe y tiene que ser diferente.

 

El 20 de octubre de 2017 publiqué, en el rotativo Reforma, una columna intitulada: “Apaga tu iPhone; no ignores”. Ahí escribí sobre los costos del uso excesivo del teléfono inteligente tanto para la vida escolar como para el trabajo. También mencionaba que a la persona que privilegia el teléfono en presencia de otras personas es un menospreciador y se le llama phubber. Mi conclusión fue que la era del conocimiento se convertiría en “la era de la ignorancia, la superficialidad y la distracción con efectos perversos para la democracia.” ¿Por qué?

 

Bueno, casi siete años después de dicha publicación, ¿qué ha sucedido? Según el Inegi, en 2017 había 79.6 millones de mexicanos (población de 6 años o más) que usaban telefonía celular; para 2022 la cifra ascendía a 93.8 millones (Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2022). Al igual que entonces, las advertencias de la literatura sobre el uso (excesivo y no excesivo) del teléfono inteligente no sólo se han confirmado, sino que han crecido. Si es cierto el hallazgo de que más teléfono se traduce en mayor ignorancia es pertinente precisar cuándo el artilugio ayuda y cuándo estorba.

 

Notoriedad

El tema ascendió en atención pública por la publicación en 2023 de dos informes, uno por parte de la Unesco y, otro, por parte de la Oficina del Médico General del Departamento de Salud y Servicios Humanos del Gobierno de Estados Unidos. Ambos documentos dedican un número importante de páginas a sugerir una disminución radical tanto en el uso de los teléfonos inteligentes en la escuela como en la interacción con las redes sociales (cuyo mayor uso es a través de los teléfonos inteligentes), sobre todo para la población estudiantil. Ambos documentos soportan sus recomendaciones en un número importante de publicaciones académicas, que incluyen metaevaluaciones, sobre los efectos dañinos del uso no moderado de los teléfonos celulares, pues no sólo impactan el aprendizaje escolar per se, sino “el bienestar físico y mental y una mayor susceptibilidad a los riesgos y daños en línea, que afectan el rendimiento académico a largo plazo”. En el informe del Médico General de Estados Unidos se afirma que “algunos investigadores creen que la exposición a los medios sociales puede sobre estimular el sistema de recompensas del cerebro, y cuando la estimulación es excesiva, puede detonar senderos comparables con la adicción”. Sin embargo, usando un lenguaje más conciliador y menos catastrófico la Academia Americana de Pediatría expone recomendaciones que se asemejan más a lo que realmente ocurre en la vida de los niños y adolescentes y puede dañarlos como: “Sacrificar conexiones sociales fuera de línea para estar en línea, obtener calificaciones más bajas debido al uso excesivo de la tecnología, estar retraído emocionalmente debido a experiencias sociales negativas en línea”.

 

En medio de esas advertencias, la postura entre los maestros parece ser dicotómica, por un lado, se reconoce el potencial de los teléfonos para el aprendizaje, pero, por el otro, se resalta el riesgo cuando se utiliza para fines diferentes al aprendizaje. A esta apreciación debemos agregar la evidencia académica que sostiene, ya desde 2015, que los teléfonos celulares también afectan el aprendizaje, en todos los niveles educativos, vía la distracción. Esta advertencia académica es ostensiblemente corroborada casi siete años después cuando en diciembre de 2023 se dieron a conocer los resultados de la esperada y famosa prueba PISA de 2022. En los informes de dicha prueba y artículos subsecuentes publicados por la OCDE se halló que para la población de 15 años —la edad de los estudiantes que presentan la prueba PISA— el teléfono celular es un distractor importante. Según la OCDE el ambiente digital además de exponer a los niños al cyberbullying, a contenidos violentos e inapropiados, explotación sexual y violación de la privacidad, también ha tenido, sobre todo con el uso creciente del teléfono celular, un aumento en la ansiedad y una reducción sustancial en el aprendizaje.

 

Después de un receso de un día, continúo esta historia, pero ahora en el recinto de una biblioteca hermosísima y tranquila, la también famosa Biblioteca Bapst de la universidad Boston College. Ambas bibliotecas son fascinantes porque sintetizan lo mejor de dos épocas. Aquí, como en Harvard, la dedicación a la interacción cibernética es total.

 

Dos fuerzas imparables

Así como crece el uso de los teléfonos celulares y la interacción con los medios sociales (social media), también aumenta la evidencia sobre los efectos negativos de la fijación con las pantallas y las interacciones virtuales. Para la vida cotidiana, tanto las escuelas como los padres de familia se preguntan ¿qué hacer? La evidencia impresionística corrobora que al menos desde la trinchera de los padres de familia no han podido resistir a la presión de los hijos o el glamour de las empresas tecnológicas y cada vez son más los niños y jóvenes que viven atados a los teléfonos inteligentes y los medios sociales. En el mundo de las escuelas, la reacción ha oscilado entre una prohibición total a limitaciones importantes durante la jornada escolar. La evidencia parece apuntar a que entre menos pantallas en las escuelas, mejor aprendizaje: “Los datos de PISA sugieren que tales prohibiciones [del teléfono inteligente en las escuelas] pueden ser efectivas, aunque dependiendo, en mucho, sobre su exigibilidad”. Además, según la Unesco para el año 2022 uno de cada siete países en el mundo prohibía, por ley, el uso del teléfono inteligente en las escuelas.

 

Un artículo noticioso publicado en enero de 2023 relata una historia de los teléfonos celulares al recorrer diferentes países y escuelas. El artículo da cuenta de los vaivenes, en prohibiciones y complacencias, por parte de los gobiernos y de las escuelas para el uso de los teléfonos celulares. Al igual que con la inteligencia artificial a partir de 2023, la aparición del teléfono celular en 2007 generó ansiedad entre las escuelas y autoridades educativas en diversas partes del mundo (lo mismo sucedió décadas atrás con la llegada de la radio, luego la televisión y después el internet). Con todo, debo recalcar que, durante mis visitas a escuelas en la primera y segunda décadas de este siglo, observé un menú de acciones con respecto a la tecnología digital y, más recientemente, con la tecnología de los teléfonos inteligentes. La ansiedad inicial disminuyó con la experiencia. Observé en algunas escuelas, según lo he relatado, un uso intensivo de teléfonos y tabletas y, en otras, un uso mínimo. Pero en general, en mis visitas de la segunda década del siglo, la forma de entretenimiento de los estudiantes, durante los recesos, era jugar o chatear con los teléfonos en lugar de “hanging around with friends” [convivir con mis amigos], como me respondían los niños y los jóvenes durante mis visitas de 2004 a 2006 antes del uso extendido de los teléfonos inteligentes. En la segunda década de este siglo, los estudiantes en lugar de “estar con los amigos”, empezaron a refugiarse con sus teléfonos celulares. Digamos que todavía se juntaban unos con otros en diferentes espacios de la escuela, pero se aislaban absortos en sus teléfonos inteligentes, juntos pero separados.

 

Con el tiempo, el uso de los teléfonos se hizo mucho más frecuente porque en lugar de utilizarse como medio de comunicación entre amigos y familiares se empezó a utilizar como instrumento para un mundo totalmente nuevo, social media, “reducción temporal de ansiedades” y “seguimiento a influencers” que no necesariamente están ahí para beneficiar a sus seguidores. Poco a poco surgieron miles de nuevas plataformas y aplicaciones diseñadas exclusivamente para cautivar a los niños y jóvenes (y a los adultos también), lo que aseguraba más tiempo pegados a sus artilugios y más oportunidades para vender, cautivar o engañar.

 

Dos fuerzas imparables que aún no acaban por resolverse están dibujando la educación de la tercera década del siglo XXI: por un lado, el empuje de las empresas tecnológicas tanto de hardware y software como de las redes sociales y, por el otro, la resistencia de los padres de familia y maestros que reclaman desde la prohibición del uso de los teléfonos y otros artilugios en las escuelas, hasta una administración mucho más cercana y contextual para un uso más pedagógico de teléfonos, tabletas, laptops, aplicaciones y medios sociales.

En Estados Unidos, donde nació la euforia de la telefonía inteligente, se han sumado, a los padres de familia y a las escuelas, un grupo grande de organizaciones no gubernamentales y profesores que le han solicitado por escrito al Secretario de Educación del Departamento de Educación de Unión Americana que intervenga para promover la erradicación de los teléfonos celulares de las escuelas, porque en “las escuelas donde no hay teléfonos el logro [académico] de los estudiantes es mayor, se impulsan la excelencia educativa y se asegura una experiencia equitativa para todos”.

 

Ahí estábamos cuando llegó el mundo de la Inteligencia Artificial Generativa con sus Chatbots que no únicamente se presenta como la novedad tecnológica más importante de la tercera década del siglo, sino como el pretexto ideal para un uso todavía más intenso de la tecnología digital.

 

En suma, parece ser que en un período de casi 20 años hemos transitado de un mundo McDonaldizado, como lo refería el sociólogo George Ritzer en 2006, a un mundo completamente digitalizado. Hace 20 años, una de las palabras que permeaba a los sistemas educativos y comerciales era la globalización. Uno de los efectos de esa globalización fue la McDonaldización, es decir, la estandarización en casi todo. Si antes vestíamos de una manera diferente y regional ahora todos en todas partes del mundo lo hacemos con tenis, t-shirts y bluyín; es decir, estamos culturalmente Mcdonaldizados. Si antes comíamos tacos de carnitas con guacamole de molcajete, y ahora comemos en Taco Bell o preempacados, estamos McDonaldizados. Si antes veíamos las películas de Cantinflas o Pedro Infante en las salas de cine y ahora vemos Merlina, Stranger Things y Gambito de Dama en Netflix, estamos McDonaldizados. Si antes los niños no presentaban pruebas estandarizadas externas (como ENLACE, EXCALE, PLANEA, EXANI, PISA, TIMSS o PIRLS), y ahora lo hacen, están McDonaldizados. Si antes jugábamos en la calle a patear el bote, a las escondidas, o una cascarita, y ahora jugamos con los teléfonos inteligentes, estamos McDonaldizados. Estar Mcdonaldizado o globalizado significa estar culturalmente estandarizado. Y si ahora, además de ello, le agregamos la digitalización en todo, pues es justo lo que la literatura nos dice cuando sostiene que hemos llegado a la era de la superficialidad y la ansiedad.

 

Cuando parece que ser digital es ser moderno y estar en el lado “correcto” de la ecuación, inclusive para actividades cognitivas de alto orden como leer y escribir, la mejor evidencia académica sugiere que leer y escribir en papel es mejor que leer digitalmente y teclear. Es mejor para el aprendizaje profundo y para las conexiones cerebrales. Sin embargo, cada día hacemos lo contrario. ¿Será cierto que estamos gestando una generación de niños y jóvenes más superficiales, menos lectores, más ansiosos y más solitarios?

 

¿Qué hacer?

En mi libro Conexiones y Equilibrios dedico un capítulo completo al tema de la digitalización; ahí llego a una conclusión similar a las mencionadas por la Unesco, la OCDE, el Departamento de Salud y Servicios Humanos del gobierno de Estados Unidos, a través del Médico General, y la Academia Americana de Pediatría, junto con los hallazgos de cientos de investigaciones que se han publicados desde la trinchera académica. El problema no está en la tecnología per se. En realidad, la tecnología no existe sino hasta que se usa. Sucede lo mismo con los libros; no existen hasta que se leen. El problema está en la forma y tiempo en los que usamos la tecnología.

 

¿Dónde trazar la línea? ¿Qué criterio deben utilizar los padres de familia en el hogar, los maestros en la escuela, los niños y jóvenes dentro y fuera del área escolar y los trabajadores y profesionales en las empresas? Para todos los ámbitos una posible respuesta es la autorregulación.

 

Pero mientras nos arropamos de las habilidades de autorregulación, una serie de acciones de muy sencilla naturaleza nos pueden ofrecer una línea divisoria muy precisa y fácil de seguir. Es una línea que tiene que ver también con los hallazgos de investigación de otra epistemología, la relacionada con el sano desarrollo del cerebro y del cuerpo humano en los procesos de aprendizaje y crecimiento.

 

El ser humano necesita cosas muy básicas y esenciales para crecer y aprender: dormir bien y profundo; comer nutritivamente; hacer ejercicio; interactuar con otros seres humanos de manera presencial; fomentar la lectura, el arte, el juego real; descansar; meditar, mentalizar, emprender meditación meditativa (que es un profundo estado de relajación); concentración, motivación y esfuerzo. Dicho eso, y aceptando que la realidad digital es ineluctable —que en muchos casos puede ayudar en el aprendizaje y la comunicación—y es parte de la vida diaria de todos nosotros, la solución o regla de oro para este acertijo es: un balance.

 

Si el uso del artilugio, para lo que sea, significa pagar un precio alto como dormir menos, comer mal, menor ejercicio, menos juego real y poca o nula interacción física presencial, entonces hemos cruzado del terreno de lo moderado a lo excesivo. Por tanto, debemos asegurar que nuestros hijos e hijas, estudiantes, y nosotros mismos, complementemos nuestra vida diaria con un saludable equilibrio entre la vida virtual o cibernética y la vida real. Si estar con las pantallas reduce todo eso, algo anda mal. Si, por el contrario, somos capaces de autorregularnos, y mantener una sana y moderada interacción con los artilugios y ciertos medios sociales, la sinergia puede detonar el aprendizaje. Entonces, la respuesta es sí, pero de manera moderada, sobre todo ahora que sabemos que el uso excesivo de pantallas y medios sociales también aumentan la ansiedad y la depresión. ¿Qué hago si soy directora o director de escuela o maestra o maestro de aula? Primero, informar a los alumnos y las alumnas, y a las madres y los padres de familia, sobre los pros y contras del uso de los artilugios y medios, y después, implantar una política de un uso adecuado y limitado de estos dispositivos para el aprendizaje, inclusive, de fomentar la lectura de textos en papel y la escritura tipográfica que según hallazgos de investigaciones recientes, son sanas para el cerebros y productivas para la mente. ¿Qué hacer si soy madre o padre de familia? Limitar, en pro de un balance saludable. Ah, y empezar con esta estrategia desde muy temprana edad, porque tratar de eliminar un hábito después de años de complacencia cuesta mucho, como bien lo dice la famosa canción de Mick Jagger: Old habits die hard [los viejos hábitos difícilmente mueren]

 

 https://educacion.nexos.com.mx/telefonos-inteligentes-en-las-escuelas-si-o-no/

 

— Texto de Eduardo ANDERE en NEXOS.

— Texto  "Apaga tu..."


Eduardo ANDERE
Investigador / Boston College en Estados Unidos 


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