jueves, 25 de septiembre de 2014

Gabriel ZAID: La educación formal

Un texto sobre la responsabilidad de una persona sin estudios, la honestidad de un médico y sobre TU autoconocimiento como estudiante y como persona.
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LA EDUCACIÓN FORMAL: ¿Qué estudiar? ¿Para qué?
Gabriel Zaid /  / Reforma / 28 DIC / 2003

El primer transplante de corazón volvió rico y famoso al Dr. Christiaan Barnard.

Poco antes de morir (en 2001), tuvo la honestidad de confesar que lo habían hecho entre dos cirujanos, y que el otro era mejor. ¿Por qué el secreto? Porque era un negro sin más educación formal que la primaria.

Hamilton Naki era jardinero en la Universidad de Ciudad del Cabo cuando fue comisionado al laboratorio de medicina experimental para limpiar las jaulas de los animales. Lo hizo tan escrupulosamente que pronto le encargaron pesarlos; después, rasurarlos cuando los iban a operar; luego, inyectarlos y estar presente en las operaciones; con el paso del tiempo, fue ayudante de anestesia; después, de cirugía; y, finalmente, participó en los transplantes de corazón (en perros).

Sus técnicas lograron que el 3 de diciembre de 1967 fuese el número dos en el transplante histórico, lo cual se mantuvo en secreto (aunque hay una foto) porque todos hubieran terminado en la cárcel. Era ilegal que un negro operara a un blanco, menos aún sin título profesional. De hecho, hasta hoy, Naki sigue en la nómina como jardinero, ahora jubilado.
El periodista de The Guardian (25 IV 03), que esperaba encontrar a un hombre resentido, lo encontró feliz en su pobreza (recibe 70 libras esterlinas al mes) y dedicado al servicio de su comunidad, a los 77 años.

Hay mucha gente así, pero no sale en los periódicos, precisamente por su forma de ser. Una inteligencia curiosa, con más ganas de entender la realidad que de sacar un título; una inteligencia dedicada a resolver problemas, con más espíritu de servicio que de lucro y celebridad, puede ser feliz, aunque lo desprecien los vivales que no se interesan en las cosas mismas (limpiar bien esta jaula, entender este síntoma, sanar a este enfermo), sino en los puntos que se ganan (graduaciones, dinero, poder, celebridad). Para los vivales, Barnard fue infinitamente superior a Naki, porque se llevó los puntos. 
Afortunadamente, Barnard sí sabía quién era superior y tuvo la grandeza final de reconocerlo. 

Alguna vez salió en los periódicos que Salubridad investigaba los títulos de sus médicos, porque cayó una banda de falsificadores. Y ¿cómo los investigaba? Verificando firmas, sellos y registros: como se investiga un título de propiedad. Los falsos médicos atendían y operaban como los demás, sin que se notara la diferencia; por lo cual era necesario sacar la lupa y estudiar la caligrafía de las firmas. Un falso médico (en un medio médico) no quedaba en evidencia por sus rasgos poco profesionales (atender mal, operar mal), sino por los rasgos de la firma en su título.

Hay grandes médicos con todos los requisitos, pero también los hay al margen de la educación formal, desde Hipócrates hasta Naki. Si un medio médico no distingue en la práctica a los que no se graduaron, si un jardinero de la universidad puede superar a sus graduados sin pasar por las aulas, ¿cómo justificar los costos crecientes de la educación formal?
A partir de lo esencial, que es la curiosidad, del enfrentamiento con problemas y el gusto de resolverlos con inteligencia (todo lo cual se facilita con oportunidades y maestros que orienten el apetito natural de aprender), se han construido burocracias que no están dedicadas a crear un medio favorable para los que realmente quieren aprender, investigar o enseñar, sino favorable para la burocracia: ganar puntos, dinero, poder, ascensos, viajes, reconocimientos, con presupuestos cada vez mayores.

Los trámites, las relaciones públicas, la grilla académica, administrativa, sindical, dejan muy poco tiempo para lo esencial. Por eso, las universidades no valen lo que cuestan y la educación formal se ha convertido en un fraude, con el apoyo de las familias menos interesadas en el aprendizaje que en las credenciales necesarias para colocar a sus hijos; y con análisis simplistas, según los cuales el valor de la educación se mide por el costo: cuanto más desperdicie la burocracia educativa, mayor será la inversión en capital humano y el desarrollo futuro del país.

Para centrar la educación en lo esencial, hay que exhibir el fraude institucional desde afuera. Por ejemplo: evaluar el desempeño en la práctica (calidad del diagnóstico, de la receta, de la cirugía) de todos los graduados en todas las profesiones y publicar los resultados. Se vería que muchos que tienen los papeles en regla son incompetentes y que algunos ilegales son verdaderas eminencias, aunque sean negros y no hayan hecho más que la primaria. 

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