Cenicienta estaba harta de limpiar la casa todos los días y de los malos tratos de su madrastra y hermanastras.
Un buen día, cansada de esas tareas, abandonó la casa, se registró en la Universidad, se enfocó en estudiar, encontró un trabajo y con otras tres amigas, alquiló una casa de la que salía y entraba libremente.
Luego compró su propia casa y, finalmente, estaba muy feliz con su nueva vida, trabajando, estudiando y divirtiéndose, paseando por el mundo en avión durante sus vacaciones.
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Si el cuento hubiera dicho así, muchas niñas hubieran pensado desde muy temprano que no hacía falta un príncipe azul, que una puede vivir sin necesidad de aferrarse y depender de alguien vago, borracho o abusador y que de ese modo es más fácil construir relaciones equilibradas y de respeto.
— SL
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